Europa debate el Euro digital ¿un nuevo método de control monetario?

Ayer, a partir del mediodía, se celebró en Europa la Cumbre del Euro, una reunión clave dentro del marco del Consejo Europeo. Uno de los temas centrales de esta cumbre es el proyecto del euro digital, una iniciativa que viene avanzando desde hace algunos años, pero que ahora entra en una etapa decisiva.
Se están sentando las bases para una transformación del sistema monetario europeo, con miras a incorporar una versión digital oficial del euro, respaldada directamente por el Banco Central Europeo. Esta moneda digital no reemplazaría de inmediato al efectivo, sino que conviviría inicialmente con las monedas y billetes, funcionando como un nuevo medio de pago alternativo, accesible tanto para ciudadanos como para empresas.
Sin embargo, el debate que se plantea hoy no es meramente técnico. Lo que está en juego es la forma en que los europeos utilizarán su dinero en el futuro, y en qué medida este cambio afectará aspectos fundamentales como la privacidad, la libertad financiera y la soberanía individual sobre el gasto. El calendario político y económico apunta a octubre como fecha clave para formalizar decisiones. A partir de entonces podrían establecerse los marcos jurídicos y técnicos que permitirían la implementación del euro digital en una fase piloto o progresiva.

Los líderes europeos apuran el Euro digital después e que Donald Trump haya anunciado, una reserva estratégica de criptomonedas, es decir se vieron venir algo muy similar para el futuro de los Estados Unidos. Si observamos lo que está pasando en China es aún peor, ya que existe el Sistema de Crédito Social. Cada ciudadano tiene un puntaje de comportamiento, basado en su actividad diaria. Con quién nos relacionamos, qué se dice en redes sociales Si pagamos nuestra cuentas con el estado o empresas de servicios. Si cruzamos la calle por donde no se debe, o si hablamos bien o mal del gobierno. Si el puntaje es bajo, no podemos sacar préstamos, comprar pasajes de tren o avión y obtener descuentos, o acceder a ciertos trabajos o escuelas. Si es alto, obtenemos beneficios, descuentos y privilegios.

Esta transformación plantea preguntas profundas:
¿Qué pasará con el dinero físico a largo plazo?
¿Qué tipo de control tendrán los Estados sobre las transacciones individuales?
¿Cómo se protegerán los datos personales en un entorno completamente digitalizado?¿Finalmente estamos frente a un nuevo sistema de control de carácter casi orweliano?
Lo cierto es que el euro digital representa una herramienta poderosa. Podría facilitar los pagos, hacerlos más seguros y eficientes, y adaptarse mejor a una economía cada vez más digital. Pero también abre la puerta a nuevas formas de supervisión económica, donde el gasto individual podría ser trazado en detalle por las instituciones públicas. Por eso, más allá del aspecto técnico y financiero, esta cumbre marca un punto de inflexión político y social. El futuro del dinero en Europa ya no es solo una cuestión de economía: es una cuestión de modelo de sociedad.

El euro digital no eliminaría por completo la moneda física, al menos en un futuro cercano. La Unión Europea y el Banco Central Europeo (BCE) han dejado claro que el euro digital sería una opción complementaria al efectivo, no un sustituto inmediato.

Ayer fue la cumbre del Euro Digital

¿Por qué no eliminaría el dinero físico?

  1. Compromiso del BCE: El BCE ha enfatizado en repetidas ocasiones que el efectivo seguirá existiendo. Muchos ciudadanos de la UE todavía dependen del dinero en efectivo para sus transacciones diarias.
  2. Inclusión financiera: Hay personas mayores o grupos vulnerables que no usan tecnología digital, y eliminar el efectivo podría excluirlos del sistema financiero.
  3. Fiabilidad y privacidad: El dinero en efectivo ofrece anonimato y resistencia a fallos tecnológicos. Si un sistema digital falla (apagón, ciberataque, etc.), el efectivo sigue siendo una alternativa segura.
  4. Crisis económicas y confianza: En tiempos de crisis, la gente suele refugiarse en el efectivo. Si desapareciera, habría una mayor dependencia de los bancos y sistemas digitales, lo que podría generar incertidumbre.

En el horizonte financiero de la Unión Europea se vislumbra un escenario de convivencia: el dinero en efectivo y el euro digital compartirán el mismo espacio. Por un lado, el Banco Central Europeo (BCE) ha dejado en claro, en reiteradas ocasiones, que el efectivo no desaparecerá de la noche a la mañana. Muchos ciudadanos aún dependen de los billetes y monedas para sus transacciones diarias, especialmente aquellos que no tienen acceso a la tecnología o prefieren la tangibilidad del dinero físico.

Esta decisión del BCE no es solo una cuestión de tradición, sino también un compromiso con la inclusión financiera. Existen personas mayores, comunidades vulnerables y sectores enteros de la sociedad que aún no se sienten cómodos o simplemente no pueden acceder a los medios de pago digitales. El efectivo, en este sentido, actúa como un salvavidas que garantiza que nadie quede al margen de la economía, mientras se desarrollan y perfeccionan los sistemas digitales.

Además, el dinero físico posee características que el digital aún lucha por replicar: la fiabilidad y la privacidad. En un mundo hiperconectado, donde los riesgos de apagones, ciberataques y fallos tecnológicos son reales, el efectivo sigue ofreciendo anonimato y resistencia. Es una forma de pago que, a diferencia de un sistema centralizado, no depende de servidores o algoritmos que puedan colapsar en momentos críticos. En tiempos de crisis económica, cuando la confianza en los sistemas digitales puede mermar, la gente históricamente ha buscado refugio en lo tangible.

Christine Lagarde promotora del Euro Digital

Ahora bien, y aquí entra la parte especulativa: se plantea un futuro en el que ambas formas de pago —el efectivo y el euro digital, junto con otros métodos digitales— convivan lado a lado. No se obligará al usuario a renunciar a su efectivo; la transición será voluntaria, pero cuidadosamente diseñada para atraer a todos. ¿Cómo se logrará esto? Con el tiempo, una estrategia de incentivos comenzará a desplegarse de manera sutil pero imparable.

Imaginemos que, poco a poco, la gran mayoría de los comercios, locales y servicios, impulsados por los bancos y el propio mercado, empiecen a ofrecer promociones y beneficios exclusivos únicamente para quienes utilicen el euro digital. Descuentos especiales, puntos de recompensa, ofertas imperdibles: la lógica es simple. Si todos buscan ahorrar—y, seamos sinceros, ¿quién no quiere hacerlo?—la tentación de optar por la moneda digital se volverá irresistible.

La elección se hará casi natural, sin que nadie se sienta forzado, pero con la sutil presión de un sistema que premia la modernidad y la eficiencia. Y, para parafrasear a un astro del fútbol, cuando menos lo esperemos… ¡la tenemos adentro! Ese giro sutil, casi imperceptible, transformará la forma en que entendemos el dinero, haciendo que el ahorro y el acceso a mejores promociones dependan de una adhesión voluntaria a un nuevo modelo digital.

Así, en este futuro en construcción, no se trata de un enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, sino de una convergencia. Una transición en la que la comodidad y la seguridad de la tecnología se combinan con la tradición y la fiabilidad del efectivo, llevando al ciudadano a un terreno donde la elección, aunque aparentemente libre, se alinea con un sistema diseñado para controlar cada aspecto de la economía.

Este escenario simplificaría la forma casi imperceptible, en que los Estados podrían incautar los fondos personales de los ciudadanos utilizando la excusa de una emergencia nacional o una razón de fuerza mayor, como la inminente amenaza de una guerra. Hoy, con conflictos al borde de Europa y en otras regiones, esto deja de ser una fantasía exclusiva de republiquetas sudamericanas para convertirse en una realidad histórica, tan antigua como la propia escarapela.

En la antigua Roma, emperadores como Domiciano no dudaron en ordenar la confiscación de los bienes de los ciudadanos adinerados para financiar sus campañas militares o para pagar a enemigos, como los dacios, y así evitar que atacaran la ciudad. Hoy se sabe que soldados irrumpían a la fuerza en las viviendas, arrebatando todo lo que tenía valor, mientras que senadores y altos funcionarios eran acusados por cualquier cosa, de traición y privados de sus fortunas.

Esa práctica, lamentablemente, ha trascendido en el tiempo. Nosotros observamos que, en Estados Unidos, durante la década de 1930 se prohibió a los ciudadanos poseer oro, obligándolos a depositarlo en los bancos a cambio de dólares, una medida que se mantuvo durante aproximadamente 40 años. Y no se limita a episodios del pasado: en 2001, en Argentina, vivimos el infame «corralito», donde los ahorros de millones quedaron prácticamente secuestrados. Hoy también presenciamos casos similares en diversas partes del mundo. Por ejemplo, cómo durante las protestas del “Freedom Convoy” en Canadá, en 2022, el gobierno invocó una ley de emergencia que llevó al congelamiento de cuentas bancarias, afectando incluso a quienes tan solo habían donado a través de plataformas digitales.

En Chipre, ese mismo año, se aplicó la confiscación parcial de depósitos bancarios para sostener una crisis económica. En China, en 2022, presenciamos el colapso de cuatro bancos rurales en Henan, lo que impidió que miles de ciudadanos retiraran sus fondos, mientras las protestas fueron brutalmente reprimidas y los saldos congelados durante meses. Y en Rusia, en respuesta a sanciones internacionales, se impusieron controles de capital que limitaron el retiro de divisas y prohibieron transferencias al exterior, con confiscaciones y bloqueos de fondos. Incluso en Estados Unidos, sabemos que, desde la década de 1980, se ha aplicado la práctica del «civil asset forfeiture», un mecanismo que permite al Estado incautar bienes de personas vinculadas—o sospechosamente vinculadas—a actividades ilegales, aunque judicializadas, increíblemente sin necesidad de una condena penal.

La gran diferencia entre aquellos tiempos y el presente es que hoy en día ya no se requieren soldados que irrumpan en domicilios ni golpes de Estado para ejecutar estas medidas. Basta con una orden o, en la era digital, con un algoritmo que, de manera instantánea, transforme los fondos que tenemos en el banco en algo que, en cuestión de horas o incluso minutos, deje de ser realmente nuestro. La historia nos demuestra que, en momentos de crisis, el dinero puede desaparecer de nuestro control tan rápidamente como se activa una alerta en un sistema automatizado.

Entonces lo que estamos presenciando hoy es una especie de alineación global, casi silenciosa pero firme. Estados Unidos ha activado su Reserva Estratégica de Criptomonedas. Mientras tanto, Europa acelera a toda marcha el desarrollo de su euro digital, un proyecto que hasta hace poco parecía lejano, pero que ahora se vuelve urgente. Por su lado China ya tiene su yuan digital, emitido por el Banco Popular, que está en fase de prueba y ya se usa en distintas regiones del país.

Todo esto suena moderno, inevitable, incluso lógico… pero también inquietantemente familiar. Porque cuando observamos cómo se integran los métodos de pago con la biometría—como la huella digital, el rostro, o incluso el iris del ojo—la tecnología empieza a rozar los límites de lo profético.

Sí, esto ya no se parece solo a lo que describió George Orwell en 1984, con su vigilancia constante y su control del pensamiento. Se parece también—y cada vez más—al pasaje bíblico del Apocalipsis.

Ese texto antiguo, escrito por Juan de Patmos, hablaba de una marca…
Una marca en la mano derecha o en la frente, sin la cual nadie podría comprar ni vender.
Durante siglos se lo interpretó como símbolo, como metáfora…
Pero hoy, cuando usamos la palma de la mano o el rostro para autorizar pagos,
cuando todo queda registrado, vinculado, trazado,
nos preguntamos:
¿vio eso Juan de Patmos en sus visiones?

¿Vio la huella digital en el lector biométrico de nuestro teléfono o del supermercado?
¿Vio el iris escaneado en la puerta del banco?
¿Vio una sociedad en la que el dinero ya no es nuestro, sino un permiso digital que nos puede ser otorgado… o retirado?

Estas son solo historias y antiguos escritos que han perdurado en el tiempo y han calado profundo en la memoria de nuestras sociedades. Acá simplemente mostramos las similitudes, no estamos diciendo que sea así. Después de todo, cada cual sacará sus propias conclusiones.

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